¿Quién había desmentido el hecho de qué éramos los mejores? Sí. Algo oficial, extravagantemente me cabía decir, que otra victoria habíamos arrasado por todo lo alto. Apresurada ganancia. ¿Qué mejor aquello beber del triunfo?, los pavores se desaparecían con el viento soplando a vigor. Las esperanzas quedaban intactas en nuestra conciencia, porque indisputablemente somos los éramos los ganadores.
Los neonatos eran náufragos de su territorio, molerían a cualquier ser que le irrumpiera su visión óptica. Eran ágiles cómo un águila, sus ojos de tonalidad carmesí se apreciaban en las salvajes penumbras, hasta en los sitios más nocturnos. A la hora de medir su capacidad de vitalidad, no superaba un año desde su transformación a inmortal, ¿De verdad eso me había importado?, cada cosa qué examinaba de ellos, me desvelaban todos los sueños despiertos junto a la vampiresa María. ¡Hasta podía decir qué era el reflejo de ellos en mi vida pasada!
No carecían de fuerza, vigorosamente eran los vencederos en ese eje. Al igual qué en números de miembros, nosotros nos habíamos aliado con los licántropos, pero no bastaba, se necesitaría un desmesurado ejército arropado de mentes estrategas y astutas. Comprendía a la perfección qué mi hermano Emmett, gozaría de la batalla cómo un miserable qué deambulaba por los bosques en busca de acción. Tenía prácticamente bastantes cualidades, para superarme. Yo aposté por el, más que por otro. Y mis apuestas no fueron en vano. Quizás me superaría en un cercano futuro, -o ya lo había cosechado-.
Había obtenido un sello de esa lucha, -técnicamente me parecía fuera de lo común que no amaneciera ileso- mi brazo había sido presa de un neófito. Las mordeduras de los vampiros de reciente edad, eran letales. Más fuerte que un roble, te quemaban la sangre y asfixiaban si no desatabas la dichosa venganza, pero a mis abundantes batallas ya no me surtían efecto. Curiosamente me parecía ver a la luz tenue del sol mis cicatrices cómo un mapa, trazando cada recorrido de mi vida agonizada en pliegues dibujados de líneas abstractas de violencia. Ahora, ¿quién me podía cerciorar qué no estaba capacitado para llevar a cargo a los invencibles neonatos?. Nadie y si ese ‘’nadie’’ se hubiera manifestado conmigo qué me diera la cara, verías cómo es de verás la vida cruel en cruciales casos.
Eran humildes imágenes qué vagueaban por mi mente, plasmadas perpetuamente en mi vida. Y ésta era ahora mi pura realidad, mientras qué mi mente fantaseaba inquisitivamente recobré la vista. El libro que envolvía en mis manos me percató de qué captara su atención, describían las hojas de papel níveas un relato de conflictos y perpetuos odios. Fruncí el ceño levemente para pasar hoja, inquisitivamente me asustaba la idea, de qué hacía a posta leer estos libros.
¿Ni en los sabios libros concluirían las lujuriosas venganzas? Genial.